Solo le puse una regla, yo siempre jugaba con blancas.
Me preguntó porqué y le expliqué mi teoría de los caballos felices, de cómo los blancos me parecían más libres, más salvajes, más fieles a sí mismos y eso gustaba e inspiraba a mi reina, que brillaba, haciendo que el rey negro perdiera la cabeza con cada uno de sus andares.
"No me supone el menor inconveniente"- dijo indiferente al terminar mis argumentos -"yo siempre juego con rojas."
Aún hoy me pregunto qué fue aquello a lo que jugamos.
Aún hoy me pregunto qué fue aquello a lo que jugamos.
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