Todo testamento debiera incluir siempre olor a bizcocho recién hecho

Cuando volvió, ya nada era igual; aunque todo le recordaba lo diferente que había sido.

Los columpios ya no llevaban al cielo, ni bucear en el río al centro de la tierra. El jardín… su jardín, del que tanto habría presumido años después, no era más que un montón de arbustos y rastrojos, entre los que crecían flores libres.


Ya nada estaba tan lejos como estaba; como estaban aquellos años en los que dejó su niñez; en los que dejó a unos padres que tampoco volverían.

Si al menos al abrir la puerta hubiera olido a bizcocho recién hecho…


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