El recuerdo del gozo ya no es gozo; mientras que el recuerdo del dolor es todavía dolor


Cada día pedía una mesa distinta, y hoy ocupaba la última que le quedaba por conocer en aquel café.

Al principio me entristecía tener que buscarla de nuevo, a veces pasaban meses hasta que volvía a encontrarla jugando a las sillas en cualquier otro bar. Garabateando en el mismo cuaderno de páginas recicladas, en cuyas líneas caí un día preso.

Escribía microrrelatos, exactamente de 27 palabras; una por cada año, la escuché explicar a un camarero, al que le dejó uno de propina en la servilleta. Después dibujaba tres pájaros, exactamente tres, tres dudas que nunca resolví.

Me dejó cinco minutos antes de conocerla, diez después de que necesitara olvidarla. Y en lugar de pájaros, dibujó después del fin de nuestra historia una jaula forjada artesanalmente.

Nunca más confié en escritoras de historias breves.


Comentarios